El día S
El día D estaba marcado en rojo. Al diez de marzo, en el calendario genovés, lo rodeaban siete estrellas sobre fondo bermejo y una osa en pie deglutiendo un madroño frondoso. Era el día en que la planta segunda de la sede del Partido Popular, donde está instalado el partido de Madrid, iba a desembarcar por escaleras y ascensores en las zonas nobles situadas algunos pisos más arriba; la operación iba a ser rápida e indolora, aprovechando incluso el mecanotubo sobre el que se sustentaba el escenario donde Mariano Rajoy había dicho adiós de espaldas, como los toreros. La cosa no podía fallar; desde meses antes se controlaban los medios y todos los puntos estratégicos de la capital, incluso la revoltosa trinchera municipal. Pero el día D, al que debía suceder el día E, de Esperanza, no hubo desembarco ni invasión. Sólo silencio.
Y, al día D no e siguió el E, sino el R, la letra que de la moviola, el día en que Mariano Rajoy, como hacía su admirado Perico Delgado, aparentó pájara hablando en el Comité de un futuro sin él para, al final, demarrar: por cierto, apostilló, yo me presento al Congreso; si alguien más quiere hacerlo. Todo eso después de repartir a los barones territoriales por las escaleras, ascensores e, incluso, en el mecanotubo. Esperanza no luchó porque es culta y ha leído a los clásicos; sabe que el asesinato del emperador no facilita la sucesión, sino la guerra civil. Mejor, esperar y dar pequeñas batallas porque la guerra la gana el que elige dónde y cuándo es el choque de fuerzas.
La primera escaramuza se ha producido en las últimas semanas con el reparto de cargos parlamentarios; sobre todo, las portavocías. Rajoy, como tras el nueve de marzo, ha optado por el escondite inglés dejando que todo el mundo se retrate; sobre todo, los medios y los barones. ¿Está todo el mundo controlando los accesos a la plata noble o hay alguien que habla con los sitiadores? Para el puesto del Congreso, había triunvirato. Esteban González Pons, hombre del destapado poder valenciano al que se tiene por dialogante pero duro; Manuel Pizarro, al que Esperanza no quiere dejar morir pero que ya tiene cara de protagonista inesperado de la segunda parte de la Noche del Cazador, y Soraya Sáenz de Santamaría, joven opositora, lo mismo que Rajoy, con gran facilidad para dominar cuestiones pero con etiqueta de paloma; algo peligroso en unos amaneceres madrileños plagados de mirlos. Ayer, se puso el huevo. Y fue el día S.
El presidente del PP, de nuevo con corbata roja, dijo el nombre de Soraya Sáenz de Santamaría con aplomo y mirando a las cámaras; ella, con las manos cruzadas sobre la mesa, sonreía globalmente moviendo la cabeza diciendo gracias. Acebes, uno de los sacrificados, estrechó su mano antes de indicarle que se alzara, posición en la que estuvo más incómoda. Tres asientos a su derecha, sonreía y aplaudía mucho Ana Pastor, quizá la única marianista del PP y, dicen, defensora de la opción S. Para justificar su elección, Rajoy pronunció las palabras conocimiento, preparación, experiencia trabajo e ilusión, que también es muy importante, recalcó, quizá refiriéndose a sí mismo para explicar por qué el adiós del 9-M no fue un hasta siempre. En sus primeras palabras, Sáenz de Santamaría señaló que harán oposición firme, constructiva, responsable, sólida y pegada a la calle. Salvo este último lugar común, los anteriores adjetivos son una novedad. No es esperable, entonces, que haya preguntas sobre la mochila de Vallecas, ni pataleos, ni recusaciones bullangueras; cosas sólo valen para presumir en la gran taberna madrileña, siempre abierta, de kiosko, micrófono y dossier.
La nueva portavoz se encontrará a un PSOE, dirigido por José Antonio Alonso, que también tiene ganas de ser constructivo, responsable y sólido. Al PSOE le corresponde, es quien gobierna, reducir la velocidad de las cuestiones y su gravedad; al PP, bajar el volumen de los cánticos y no tirar papelitos al conductor. El gran problema de Soraya serán los medios; sobre todo, la radio episcopal. Ya en los últimos meses, el radiofonista Jiménez, conocedor de la influencia que estaba adquiriendo la vallisoletana -otra vez Castilla en la política española- acuñó el termino sorayismo para definir a la línea del PP partidaria de no elevar el raca-raca de la campaña. Todo, con la habitual eficiencia del dazibao, las pintadas que informaban de las consignas o los desafectos en la Revolución Cultural, uno de los afluentes del pensamiento neconservador. Como buen maoísta, el locutor Jiménez se ha retirado a las montañas, Larga Marga en lugar de desembarco, bajando el nivel pero no la insistencia de las críticas a Rajoy. El nombramiento de Soraya le permitirá dirigir el lazo a otra presa y ésta tendrá que aprender a defenderse porque, en Madrid, o cazas o te cazan. Pero eso será más adelante. Ayer era el día S y todo el mundo quería felicitarla, citarla o pedirle algo. Ay, ¿qué hay de lo mío?