Cuento hipotecario
Los tres cerditos llegaron a la orilla del río y se construyeron sus casitas. Un día, apareció el lobo pero, en lugar de querer comérselos, les propuso suscribir un seguro. “¿Y éso qué es?â€, preguntaron. “Por si pasa algoâ€, dijo el lobo muy pícaro. Los tres dijeron que sí. Con el dinero de los cerditos, el lobo montó una pequeña agencia financiera y volvió a pasarse ofreciendo una hipoteca. “Es que yo os doy dinero por vuestras casasâ€, informó. “¿Y para qué? Pero si ya son nuestrasâ€, insistieron y el lobo respondió: “para que podáis hacer un viaje o comprar una casa nueva. Los tipos de interés están muy bajos; es el momentoâ€.
Los tres cerditos aceptaron la oferta y se fueron a vivir, respectivamente, al castillo de Cenicienta, al de la Bella Durmiente y al de la Bestia, pagados con un nuevo préstamo. El lobo, con las hipotecas firmadas, pasó de agencia financiera a banco y emitió bonos, obligaciones y otras productos que, tras ser calificados como “excelentes†por la consultora montada por el cazador, fueron comprados por otros bancos aumentando el capital financero en movimiento. La cosa iba bien porque todo el mundo se fiaba de todo el mundo y nadie preguntaba si las casas de los cerditos valían lo que se estaba pagando por ellas o qué pasaría en el caso de que llegara su San Martín.
Un día, las consolas dejaron sin trabajo a los personajes de los cuentos; los cerditos se quedaron en el paro y no pudieron seguir pagando las hipoteca de sus castillos. Ni siquiera, las de las casitas de paja, madera y ladrillo que habían hecho al lado del río. Todos ellos acabaron entrampados en la ciénaga del ogro Shrek, lo mismo que la mamá de Caperucita y su abuelita, que había avalado a la dulce niña. El lobo, como ocurre en todos los cuentos, salió huyendo, dejando el pufo para que lo paguemos entre todos mediante las constantes subidas del Euribor y las inyecciones de capital de los bancos centrales. Y colorín colorado sin perdices, claro. (Publicado a finales de julio)