En las elecciones Municipales de 2003, el bloque de la izquierda se cabreó porque toda la indignación creada por la gestión del naufragio del Prestige no se había traducido en un cambio de gobierno en los ayuntamientos gallegos. Se cabreó a pesar de que en ningún sitio estaba escrito que un desastre provocara un cambio de gobierno, ni siquiera un desastre provocado y agravado por la mala gestión. Es posible que los electores supieran distinguir entre su alcalde, que nada había decidido sobre la ruta que tenía que seguir el barco, y el resto de administraciones. O que no consideraran que el desastre concreto fuera más importante que otras cuestiones políticas o ideológicas de más recorrido. O no pensaran que las alternativas de la oposición fueran a hacerlo mejor. O vaya usted a saber. Sin embargo, el silogismo de la tierra quemada (desastre + indignación popular recogida y canalizada por los medios = cambio de gobierno) caló y el bloque de la derecha celebró su derrota dulce en esas elecciones de 2003; había perdido pero no se había hundido, que era lo que establecía el silogismo.
Un año después, el bagaje de desastres mal gestionado había aumentado (yak-42) y tuvo su cenit en el atentado del 11 de marzo. El 13, las manifestaciones ante las sedes del PP y la frase de Rubalcaba: España no se merece un gobierno que mienta. El 15, el silogismo (desastre + indignación popular recogida y canalizada por los medios = cambio de gobierno) era una verdad incuestionable, sobre todo, en el bloque de la derecha a quien permitía situar fuera la responsabilidad (y la culpa, concepto no pragmático, sino moral) de la derrota electoral: la conspiración. Durante toda la legislatura anterior, el bloque de la derecha buscó su silogismo de tierra quemada con diferentes asuntos (el incendio de Guadalajara, la ampliación del matrimonio, Ciudadanía o el Estauto catalán) hasta encontrar su punto de apoyo en el terrorismo. No importaba la tierra que se quemara; daba igual si se promovía la pérdida de legimitidad de las instituciones o el enfrentamiento territorial. Y siempre sacando el tema de la gestión política y llevándolo al terreno moral (mentira, traición).
Ninguno de esos temas vive en esta legislatura. La crisis se ha llevado por delante la frivolidad. Sin embargo, sí lo hace el silogismo de la tierra quemada. En los medios, está extendido el convencimiento de que el agravamiento, en tiempo o intensidad, de la crisis debe conllevar automáticamente un cambio de gobierno. Cuando el silogismo no se cumple (las encuestas), llega la perplejidad y la búsqueda de explicaciones. No se cumple porque la sociedad está adormecida, los sindicatos están subvencionados por el gobierno o la oposición es un desastre. Nadie se plantea que el silogismo de la tierra quemada (cuantas más empresas cierren, más parados haya y más se hunda la economía española, más cerca estará el cambio de gobierno) sea falso. La pregunta es si ha sido así alguna vez
Buscando en Internet datos, me encuentro con un pequeño estudio de M. Pérez Sancho sobre la influencia del ciclo económico en el ciclo político del que vamos a sacar algunos gráficos. Por ejemplo, el PIB:

Puede verse que los cambios políticos (1982, 1996 y 2004) no coinciden con descensos y las elecciones celebradas en recesión (1979 y 1993) tuvieron un resultado positivo para el bloque gubernamental; inesperado, cierto, pero positivo.
Veamos el IPC:

La tasa de IPC es más interesante si tuviéramos el dato de los salarios vinculados a ella y lo que no. Este será el primer año en mucho tiempo en el que los funcionarios (el 15% de la población asalariada) no pierda poder adquisitivo.
El número de parados:

O la tasa de paro:

En estos dos últimos gráficos, también se ve con claridad que la subida del paro no implica un cambio político.
Y, por último, la tasa de malestar, un indicador que combina los tres anteriores (paro+IPC-PIB):

Los dos picos coincidentes con procesos electorales vuelven a estar en 1978 y 1993, donde no hubo cambio de gobierno.
Quizá el silogismo sea falso y, aún más, quizá la influencia de la economía en los procesos electorales no sea tan significativa. ¿Influye la existencia de tres o cuatro millones de parados en un proceso electoral con nueve millones de abstenciones, ¿cuántos de esos parados votaban y dejarán de hacerlo?, ¿cuántos de esos abstencionistas pueden dejar de serlo por la marcha de la economía? La crisis no afecta igual a todo el mundo. Hay dos colectivos, funcionarios y jubilados, que no sólo no temen por su puesto de trabajo, sino que han mejorado su poder adquisitivo por la subida de ingresos decidida por el Gobierno y el frenazo de los precios. Todo tiene siempre más matices. El silogismo es falso porque es simple.
Es posible que las encuestas no reflejen un cambio de gobierno por las mismas razones que hace cinco años. La economía es un factor más de los ciclos políticos y el más importante, claro, es el propio factor político y la política tiene muchos matices que sólo se pueden reducir a un silogismo si uno es lo bastante simple. Quizá los electores creen que esta administración nada ha decidido sobre la ruta que ha seguido la economía mundial. O que no consideran que la crisis económica sea más importante que otras cuestiones ideológicas de más recorrido (el aborto o la inquina personal a un determinado partido). O que no piensen que las alternativas de la oposición (recorte de derechos laborales y de impuestos-servicios) vaya a ser más efectiva. O vaya usted a saber.
PD: Las crisis sí provocan populismos (Blas Piñar, Ruiz Mateos, Gil o Rosa Díez). Y su caldo de cultivo: la generación perdida. La gente que, cuando la burbuja comenzaba su expansión, dejó de estudiar y adquirió a crédito bienes que ahora comenzará a perder. No tiene nada, ni trabajo, ni bienes, ni estudios; sólo una tremenda mala hostia.