El nominalismo explicó que los universales eran sólo nombres sin sustancia; no seres ni entidades concretos, sino meras abstracciones, sonidos de la voz (“flatus vocis”), palabras que pueden denominar a varios individuos indistintamente y, por lo tanto, sólo existentes en el campo intelectual, no en la realidad. Los universales tenían, según los nominalistas, una realidad lógica, no ontológica, como pretendían los universalistas, que eran llamados realistas, pues otorgaban a los universales existencia real. Los universales, según los realistas, son anteriores y están fuera de las cosas. Los nombres, claro, encierran otros nombres ordenándose, las más de las veces, en forma de relato, unas cosas delante de otras creando la sensación de causa-efecto o pecado-penitencia. Las cosas, crisis, power-pop o dios, no pueden vivir sueltas, sino con otras cosas dentro de un ecosistema más grande. El famoso marco de George Lakoff.
La posmodernidad, el happening, la performance o el Tomate introducen la liquidez en el nominalismo provocando que ya no sea necesario ser universal. Al desaparecer la sustancia de la realidad, ésta pasa a estar fuera de las cosas. Hay cosas que son creadas en el campo intelectual para pasar después, mediante happening, performance o Tomate, a reintegrarse en la realidad. Podríamos decir crisis o power-pop, pero el mejor ejemplo es dios, la gran performance, el gran happening, el gran Tomate. La ufología llegó primero al nominalismo posmoderno o tomatero. La ausencia de la cosa provocaba la existencia de la misma en tanto que nombre y la negación de la cosa, la reforzaba. El ‘caso Roswell’ o el ‘incidente Manises’. La autoridad está atrapada. Si decide investigar qué pasó, le da entidad a la cosa; si decide no investigar, da entidad a la sombra de la cosa y, por tanto, a ella misma. Es una encrucijada diabólica.
El PP jugó a la ufología la legislatura pasada. Por ejemplo, la entrega de Navarra por parte de Zapatero a la Comunidad Autónoma Vasca. Era una cosa de esoterismo medieval, Zapatero, cual Nuño III, entregaba unas tierras al Conde Ordoño por su buen servicio. No había ningún enganche con la realidad, donde cualquier modificación del mapa autonómico precisa de una serie de trámites, leyes y referenda, nada despreciable. Pero era una encrucijada diabólica. Si el Gobierno trataba de explicar su tramitación, mal porque le daba entidad nominal; si lo negaba, mal porque sombreaba, y, si callaba, aún peor, porque el que calla otorga. Una vez instalada la encrucijada diabólica no hay solución, salvo esperar el día.
EL Gobierno vuelve a estar atrapado en otra encrucijada diabólica, las escuchas. Haga lo haga, el gobierno está atrapado porque todas las opciones refuerzan el nominalismo posmoderno, ya no es necesaria la cosa para el nombre (para existir), sino que haya miles de resultados en google noticias. Y los hay. El Gobierno podía haber optado por situar el tema en el terreno del enemigo y decir claro que hay escuchas: Aguirre escucha al PP nacional y lo filtra para destruir a Rajoy. Fernando Múgica informó en el Mundo de que el PP Nacional había hecho un barrido cuando el caso de los espías de la Comunidad de Madrid salió a la luz. Podía haber tirado, como después hizo Elena Valenciano por elevación y decir inmediatamente que no se iban a tomar en serio las denuncias de Cospedal por su delicada situación personal. ¿Qué situación personal? Ninguna pero el nominalismo tomatero ya habría comenzado su proceso de creación de la cosa.
Pero la encrucijada diabólica ha crecido y, ahora, todas las opciones son malas porque ya existe el ‘caso de las escuchas al PP’ y, un escalón más abajo, la ‘persecución política al PP’. Ya no hay remedio. Sólo queda esperar a que se haga de día.