Leemos en El País la crónica sobre el acto de presentación del nuevo partido político. Es curioso ver a Rosa Díez, ex consejera del un Gobierno vasco presidido por el PNV, criticar el diálogo con los nacionalismos y, más interesante aún, su defensa de los símbolos, como la bandera. ¿Ondeaba la bandera española en su consejería cuando ella estaba al frente? Más interesante es ver al escultor Ibarrola criticar la descentralización cuando el arte actual español habría desaparecido si no fuera porque cada Autonomía quiere tener su Centro de Arte Contemporáneo, edificios emblemáticos y rotondas coronadas con esculturas.
También se habló de la igualdad de todos los españoles en la prestación de servicios. Es cierto. Si mi primo Nico se pone malo, va al Doce de Octubre, uno de los mejores hospitales de España. Si mi hijo se pone malo, tengo que llevarlo al Hospital de Alcorcón, una fundación privada. Y, si es mi abuelo el que enferma, tiene que recorrer en ambulancia los 50/70/100 kilómetros que separan su pueblo de Zamora, León o Valladolid, dependiendo del diagnóstico. Rosa Díez acabará con este problema.
Y, cómo no, se habló de la ley electoral repitiendo los mismos tópicos falsos de siempre sobre la sobrerrepresentación nacionalista. Hace tres semanas, el escritor Fernando Iwasaki publicó un artículo en ABC manifestando su apoyo a este partido echando mano de los manidos recursos. Le escribí la siguiente carta:
Estimado sr. Iwasaki:
Me gustaría hacer alguna puntualización a su artículo de hoy en ABC. Leo que cuestiona la actual Ley electoral porque permite que “los votos de unos individuos que apenas llenan un campo de fútbol condicionen la política nacional”. La representación ‘hinchada’ de los partidos nacionalistas es uno de los tópicos más habituales de la política española y se ha instalado sin que nadie haya hecho la simple operación de comparar la proporcionalidad del voto con la de escaños en el Congreso. Tendríamos algo así:
PSOE: 43,27% de los votos y 46,86% de los escaños.
PP: 38,31% de los votos y 42,28% de los escaños.
CiU: 3,28% de los votos y 2,86% de los escaños.
ERC: 2,56% de los votos y 2,29% de los escaños.
PNV: 1,65% de los votos y 2,00% de los escaños.
IU: 4,56% de los votos y 1,43% de los escaños
CC: 0,92% de los votos y 0,86% de los escaños.
BNG: 0,82% de los votos y 0,57% de los escaños.
EA: 0,32% de los votos y 0,29% de los escaños.
CHA: 0,37% de los votos y 0,29% de los escaños.
NA-BAI: 0,24% de los votos y o,29% de los escaños.
Partido Andalucista: 0.70% de los votos y 0% de los escaños.
Como puede ver, hay un gran perjudicado (IU) y dos grandes beneficiados (PSOE y PP); los nacionalistas están más o menos a la par.
Si ha decidido apoyar al nuevo partido, descubrirá que la Ley electoral (sistema proporcional con Ley D’Hont en circunscripciones provinciales y con listas cerradas) beneficia la existencia de dos grandes partidos nacionales y dificulta terriblemente la existencia de otros.
Véamos un caso típico de la ‘corrección’ de la Ley d’Hont (Elecciones al Congreso en Lugo)
PP (57,97% y 3 diputados)
PSDEG-PSOE (22,91% y 1 diputado)
BNG (16,17% y ningún diputado)
Es decir, con el 58% de los votos, el PP se lleva el 75% de los diputados. Las siglas son lo de menos.
Este efecto ‘perverso’ no es nada extraño si te tiene en cuenta que, precisamente, era su objetivo cuando se implantó. Por un lado, el sistema proporcional quería evitar la política de bloques de la República, la Ley D’Hont buscaba dificultar existencia del PCE y de los restos del Movimiento u otras terceras opciones y la opción de listas cerradas en circunscripciones provinciales trataba de cohesionar dos partidos (UCD y PSOE) que estaban en la incubadora. En las primeras elecciones (77) PCE y AP estuvieron cerca del 10% pero su número de diputados rondaba el 5% de la cámara. El sistema electoral ha conformado el mapa político actual y será muy complicado que los dos más beneficiados decidan perder sus privilegios, aunque, quizá moralmente, deban hacerlo.
En su artículo, vd. propone una serie de modificaciones que modificarían el mapa electoral con unas consecuencias no siempre deseadas. Propone, por ejemplo, una segunda vuelta sin tener en cuenta que este sistema se aplica en regímenes presidencialistas para escoger al jefe del ejecutivo, mientras que el legislativo se elige con un sistema similar al nuestro (pienso en Francia).
En nuestro sistema, estos dos poderes van de la mano (de nuevo, se querían evitar problemas evidenciados en la República.). En las elecciones (Municipales, Autonómicas y Generales) se vota un legislativo que después escoge al jefe del ejecutivo. Con el actual sistema, sabemos que el jefe del ejecutivo, aunque no tenga la mayoría parlamentaria, sí tiene un apoyo; de la otra manera, no; a no ser que la modificación sea más profunda y, por ejemplo, el jefe del ejecutivo pase a tener atribuciones de Jefe de Estado. Si aplicáramos este sistema de doble vuelta a niveles administrativos inferiores, como también he leído, nos podríamos encontrar con la desaparición del PP en País Vasco y Cataluña, ya que les sería difícil encontrar sitio en alguna coalición. Sería un efecto nada beneficioso para la democracia.
En su artículo, también recurre al tópico de las listas abiertas, olvidando que éstas ya existen en la elección al Senado y apenas son utilizadas por los electores. Es más, de mi experiencia como apoderado electoral, le puedo decir que llevan a la confusión de los electores y provocan anécdotas como la de Acción Yuntar.
También habla de votos preferenciales para elegir directamente a los representantes y se queja de los pasteleos parlamentarios. Es posible que la actual proliferación de partidos territoriales tenga que ver con la falta de representatividad de los diputados y su, a menudo, escasa conexión con la circunscripción. Es posible que la reducción de la circunscripción sea una posible solución pero tal cosa no nos librará del pasteleo porque el pasteleo es la política.
El primer jefe del Presupuesto de la Administración Reagan, Dave Stockman. lo explicó en El triunfo de la política. Como buen liberal universitario, entró con la idea de reducir impuestos y gasto pero se encontró con que los presupuestos tienen que ser negociados. El libro explica sus conversaciones con el senador por Oregon, que no quiere que cesen las ayudas a la industria maderera, o el congresista por Vermont, que tampoco quiere que se corten las ayudas a los pescadores. El libro destripa una negociación que convierte al pasteleo español en una rosquilla de las tontas.
Después del rollo que le he soltado, me gustaría decirle que creo que la creación de un nuevo partido es la mejor noticia que le puede pasar a una democracia: se aportarán ideas nuevas, se demostrará que la política no es un coto cerrado y se medirá el apoyo real de los esa opción. Sobre todo, si este partido es transversal, que es una cosa que hace mucha falta.
Un saludo de un lector.
PD: Y estoy de acuerdo con vd. en lo referente a la educación. Promuevan el debate.